Probablemente Trump no se esperó que su “orden ejecutiva” presidencial plagada de inconstitucionalidades, operara como un boomerang; gatillando en su contra una fuerza espectacular contundente: Una reacción nacional por los valores democráticos liderada por jueces como la juez federal Ann Donnelly, de la Corte del Distrito Sur de Nueva York, contundente y eficaz en enfrentar detenciones o expulsiones arbitrarias en aeropuertos... La de una sociedad que si bien ya no es la del pacifismo sesentero de hippies e intelectuales contra la guerra de Vietnam, lo es sí de una sociedad multiclasista que es, a fin de cuentas, de migrantes...
Y como olvidar a más de 1,000 diplomáticos y funcionarios del Departamento de Estado que están circulando por el mundo y firmando una protesta contra el contenido y las implicancias de una “orden ejecutiva” que nadie imaginó que alguien sería capaz de dictar..., o la crítica frontal y mayoritaria de países y organizaciones democráticas en todo el mundo, entre los cuales, el silencio de Putin es revelador. Gigantes como Google, Starbucks, Apple, Microsoft, Ford, Netflix, Uber, Airbnb y Facebook también salieron frontalmente contra la orden ejecutiva. Google, creando un fondo de cuatro millones de dólares para organizaciones que defienden los derechos de los migrantes... y Starbucks anunciando que contratarán a 10 mil refugiados...
Era difícil creer que Trump iba a poner en marcha en dos semanas –¡y sin anestesia!– tantas barbaridades de las que ofreció en su campaña. Pues, lo hizo. Y para ello se rodeó de personajes como Steve Banon y otros entre los más extremistas y racistas disponibles. |
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Diego García Sayán
¿País polarizado, dividido en dos? Era el caso de Estados Unidos durante la campaña entre Trump y Hillary. Instalado Trump en la Casa Blanca desde hace dos semanas, el curso de las cosas ha llevado más a una reconfortante reacción democrática de la sociedad estadounidense que a una extensión y profundización de la polarización. Eso por la brutalidad y torpeza de medidas que han puesto sobre la piel la viva fibra democrática que parece prevalecer.
Era difícil creer que Trump iba a poner en marcha en dos semanas –¡y sin anestesia!– tantas barbaridades de las que ofreció en su campaña. Pues, lo hizo. Y para ello se rodeó de personajes como Steve Banon y otros entre los más extremistas y racistas disponibles. El veto a refugiados y migrantes de algunos países musulmanes ha sido la medida más grave y de más impacto. La “orden ejecutiva” presidencial de Trump, sin embargo, está operando como un boomerang; ha gatillado en su contra una fuerza espectacular en cuatro planos.
En primer lugar, el de la vigencia de los valores democráticos y constitucionales de la sociedad norteamericana, que a ratos parecían adormecidos. La “orden ejecutiva” está repleta de inconstitucionalidades al violar la Primera Enmienda por discriminar en función de la religión o por establecer en qué debe creer la gente que entra al país. La reacción nacional, por eso, ha sido contundente. Lo que contaba en las primeras horas era la conducta de los jueces que han actuado vigorosamente en defensa de los principios constitucionales.
La decisión sólida y valiente contra la orden de Trump (porque causaría “un daño irreparable” a los deportados) de la juez federal Ann Donnelly, de la Corte del Distrito Sur de Nueva York, ha sido contundente y eficaz en enfrentar detenciones o expulsiones arbitrarias en aeropuertos. Esa decisión tiene aplicación en todo el país y, además, fue seguida por una decena de otros jueces que dictaron decisiones parecidas.
En paralelo más de 1,000 diplomáticos y funcionarios del Departamento de Estado están circulando por el mundo y firmando ya una protesta contra el contenido y las implicancias de una “orden ejecutiva” que la mayoría jamás imaginó que alguien sería capaz de dictar. Ya fueron amenazados por Sean Spicer, secretario de prensa de Trump.
En segundo lugar, haber puesto muy pronto y en acción –como nunca antes había ocurrido– a un ex presidente, en este caso el recién saliente Barack Obama. Toma posición clara el mismo y destaca “el nivel de compromiso que ve en comunidades de todo el país”. Con un presidente que terminó con 59% de aprobación y con su capacidad de liderazgo habrá, en esto, mucho pan por rebanar.
En tercer lugar, la reacción de una sociedad que ya no es la del pacifismo sesentero de hippies e intelectuales contra la guerra de Vietnam, sino la de una sociedad multiclasista que es, a fin de cuentas, de migrantes. Y que actúa con una eficiencia e impacto espectacular vía redes sociales logrando, por ejemplo, en menos de dos horas poner miles de manifestantes en el aeropuerto JFK de Nueva York.
Esa sociedad de migrantes emprendedores se expresa hoy en todo el espectro social y económico estadounidense. Probablemente Trump no se esperó que gigantes como Google, Starbucks, Apple, Microsoft, Ford, Netflix, Uber, Airbnb y Facebook salieran frontalmente contra la orden ejecutiva. Google, por ejemplo, creando un fondo de cuatro millones de dólares para organizaciones que defienden los derechos de los migrantes. O Starbucks anunciando que contratarán a 10 mil refugiados.
En cuarto lugar: el mundo. Para empezar, la crítica frontal de la ONU, la Unión Europea y el Vaticano junto con prácticamente todos los países democráticos del planeta. El silencio de Putin parece revelarlo todo. De América Latina, es verdad, se siguen esperando señales de vida más notorias.
EE.UU., pues, está reaccionando y muy bien. Convergen sus tradiciones de principios constitucionales de libertad, democracia y no discriminación, con la espectacular fuerza social y económica de modernas transnacionales enlazados con una vigorosa dinámica social, multirracial e institucional que trasciende a sus trabajadores o clientes.
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