“Las guerras de los pueblos serán más terribles que las de los reyes”, dijo Churchill en 1901, en preciso presagio de lo que ocurriría treinta años después.
Hoy en Europa se repite mucho de esto. De un lado, se resquebraja la UE
que, con todas sus limitaciones, ha sido el más extraordinario proceso
de convergencia en la región y que fue clave para el período más largo
de la historia de una Europa en paz. Si el “Brexit” le asestó a la UE un
golpe severo, la amenaza de que si gana Marine Le Pen en Francia el
próximo año, su “Frexit” sería la puntilla de muerte.
Por otro
lado, los extremismos, cierres de fronteras y la intolerancia que guían
ya a algunos gobiernos europeos (Hungría y Polonia), acechan los
procesos electorales venideros (Francia y Holanda). Sustancial a esos
extremismos es la estigmatización del “otro” y negarse a cumplir las
obligaciones internacionales más elementales de protección a los
refugiados.
Como “cereza sobre la torta” se suma ahora el triunfo de Trump, añadiéndole combustible poderoso |
Escribe:
Diego García Sayán
Algo así ya se ha visto en el pasado y la historia siempre acabó muy mal; por ejemplo, con la segunda guerra mundial. “Cierre de fronteras” comercial, que galopa junto con inflamados nacionalismos insuflados de racismo y el debilitamiento de espacios multilaterales como la Unión Europea (UE). El triunfo de Trump le añade combustible poderoso. Fue importante, por eso, que en la cumbre de la APEC se reiteraran los propósitos de la expansión del comercio como el camino para dinamizar la economía global.
En esta coyuntura estos principios tienen un significado especial por el amenazante camino en el mundo de un regresivo proteccionismo. No es que el mundo se encamine –necesariamente– a partir de esto hacia una tercera guerra, pero sí preocupan analogías importantes con lo que pasaba en las décadas del 30 y 40 del siglo pasado y que derivó en la segunda guerra mundial. El historiador británico Ian Kershaw ha analizado de manera prolija la historia de Europa desde 1914 destacando el efecto de nacionalismos de distinto tipo junto con la evaporación de los espacios multilaterales para llevar a la segunda guerra mundial. Entre otros factores, destaca dos que fueron decisivos.
Primero: el proteccionismo como respuesta a la gran recesión y, en general, a la crisis económica de los 30. En un remolino imparable, las barreras arancelarias y el manejo de las tasas de cambio para enfrentar las importaciones de unos, generaban medidas semejantes o más duras por los otros. Prevalecía la ilusa expectativa de que blindando fronteras arancelarias y cambiarias mejoraría la situación lo que, por cierto, no ocurrió; salvo en que contribuyó a que en el “espacio” germano floreciera la industria bélica nazi en la segunda mitad de los treinta.
Segundo: los desenfrenados nacionalismos étnicos y de confrontación que convirtieron a Europa en un espacio en el que el conflicto se atizaba no sólo entre líderes gubernamentales sino entre los pueblos. “Las guerras de los pueblos serán más terribles que las de los reyes”, dijo Churchill en 1901, en preciso presagio de lo que ocurriría treinta años después.
Hoy en Europa se repite mucho de esto. De un lado, se resquebraja la UE que, con todas sus limitaciones, ha sido el más extraordinario proceso de convergencia en la región y que fue clave para el período más largo de la historia de una Europa en paz. Si el “Brexit” le asestó a la UE un golpe severo, la amenaza de que si gana Marine Le Pen en Francia el próximo año, su “Frexit” sería la puntilla de muerte.
Por otro lado, los extremismos, cierres de fronteras y la intolerancia que guían ya a algunos gobiernos europeos (Hungría y Polonia), acechan los procesos electorales venideros (Francia y Holanda). Sustancial a esos extremismos es la estigmatización del “otro” y negarse a cumplir las obligaciones internacionales más elementales de protección a los refugiados.
Como “cereza sobre la torta”, se suma ahora el triunfo de Trump que abre curso al mayor cuestionamiento al multilateralismo, al discurso de la confrontación y a un vehemente proteccionismo. En este contexto adverso a la prosperidad económica y a la paz mundial destaca la paralela vitalidad de corrientes que van en un sentido opuesto y que –como en la cumbre de la APEC– impulsan la dinamización del comercio e inversión globales. Xi Jinping dijo en nombre de China: “No nos cerraremos, vamos a abrirnos más”. Bueno.
Importante, pero no todo se reduce a eso. Los mismos proteccionistas a ultranza son, a la vez, gran amenaza al multilateralismo que es clave para la paz mundial o enfrentar la crisis humanitaria. Sería cosa, ahora, de “revivir” las Naciones Unidas. La trayectoria y compromiso con estos temas de Antonio Guterres, quien asumirá pronto como Secretario General, debería servir de acicate para vertebrar allí voluntades y contribuir a responder las amenazas presentes.
Título original: "Peligrosas repeticiones", por