Iguala sigue en las noticias un año después de la desaparición de los 43 estudiantes: la explicación del gobierno de que las cenizas de los jóvenes fueron tiradas en Cocula es cuestionada por expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos después de una investigación de seis meses. Animados por la repentina atención a las desapariciones, las familias de Cocula comenzaron a dejar el angustiante silencio y a salir a la luz pública, junto con cientos de otras familias del estado sureño de Guerrero. Hablaron entre ellos de su desgracia y firmaron listas con los nombres de sus seres queridos que se sumaron al creciente registro de más de 25.000 personas reportadas como desaparecidas en todo el país desde 2007.
¿Dónde están? A raíz de la desaparición de los 43 estudiantes de Iguala, hace exactamente un año, se han multiplicado las denuncias por secuestros, capturas y otras desapariciones. Foto: AP |
Associated Press
La mañana de su graduación del bachillerato, un tiroteo en el centro de la ciudad hizo que Berenice Navarijo Segura retrasara su salida para ir a peinarse y maquillarse.
Su madre se había levantado antes del amanecer a preparar la barbacoa de chivo y frijoles para la celebración, y no quería que su hija se arriesgara a salir. Su hermana, que había preparado suficiente salsa para los 60 invitados, intentó demorar a la animada joven de 19 años haciéndole preguntas:
–“‘Bere’... ¿‘tu cartera’?”
–“Bere, ¿tu celular?”
Su familia llamaba “Princesa” a Berenice. Ella ya había pagado el dinero para peinarse y estaba decidida a verse muy bien ese día. Acostumbrada a evitar las balaceras en una región plagada por los carteles de las drogas, Bere esperó solo 20 minutos después de que pararon los disparos y antes de salir de casa prometió que regresaría rápido.
Subió a la parte trasera de la motocicleta de su novio, se fue y al poco tiempo se sumó a la lista de los desaparecidos en México.
Dieciséis personas más, incluido el novio de Berenice, desaparecieron en Cocula ese mismo día, el 1 de julio de 2013, poco más de un año antes de que 43 estudiantes normalistas fueran detenidos por la policía en esta comunidad cercana de Iguala y nunca se volviera a saber nada más de ellos.
Durante todo ese tiempo, la mayoría de las familias se quedaron calladas a la espera de que por ventura de su silencio, sus hijos y esposos pudieran regresar y con miedo de que una denuncia ante las autoridades los pudiera condenar a una muerte segura.
“Yo había dicho que no, no que iba a denunciar”, dijo Rosa Segura Giral, la mamá de Berenice. “Porque yo decía: Yo denuncio y que tal si mi hija está cerca, la gente sabe que yo denuncié, le hacen daño, o sea, pensaba en todo esto”, razonó acerca de su silencio.
“Otros desaparecidos”
Pero entonces las desapariciones de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa desataron la indignación internacional.
El gobierno federal inició una investigación y anunció, con bombos y platillos, su conclusión oficial: que los jóvenes habían sido asesinados, cremados y sus cenizas tiradas en bolsas en un río de Cocula.
Animados por la repentina atención a las desapariciones, las familias de Cocula comenzaron a dejar el angustiante silencio y a salir a la luz pública, junto con cientos de otras familias del estado sureño de Guerrero. Hablaron entre ellos de su desgracia y firmaron listas con los nombres de sus seres queridos que se sumaron al creciente registro de más de 25.000 personas reportadas como desaparecidas en todo el país desde 2007. Dieron muestras de ADN tomadas del interior de sus mejillas y luego tomaron varillas para registrar los escarpados campos de Iguala en busca de rastros de sus familiares, que comenzaron a ser llamados como “los otros desaparecidos”.
Llegaron a encontrar evidencias de cuerpos y, a veces, las autoridades cavaron fosas de campos desconocidos. Más de cien cuerpos han sido recuperados. Hasta ahora, sin embargo, sólo se han identificado y entregado a los familiares los restos de seis personas pertenecientes a los otros desaparecidos.
Los demás continúan desaparecidos. Y sus familiares son las otras víctimas.
Lo que pasó con Berenice es especulación. Su madre recuerda haber oído un convoy de camionetas pasar por el camino de grava frente a su casa y rumbo al centro de la localidad esa mañana.
El sonido de rifles automáticos traspasó el techo de metal corrugado sobre su fogón, y horas después Segura Giral escuchó a las camionetas pasar de regreso por el mismo camino frente a su casa.
Nunca imaginó que Berenice y su novio podrían ir dentro de alguna de ellas.
¿Quiénes eran las personas que secuestraron a su hija? ¿Miembros de uno de los cárteles de las drogas que se disputan el control de Cocula? ¿La policía ligada al narcotráfico? Segura Giral se encoge de hombros. Nadie puede decirlo con seguridad.
Tampoco puede explicar por qué, aunque como muchas personas a su alrededor, Segura Giral sabe que hay muchas posibles razones para ese tipo de desapariciones: reclutamiento para sumar gente joven a las filas de cárteles. Ataques a competidores. Ganancias por rescates o castigos por no haber cumplido con el pago de extorsiones. La eliminación de algún testigo.
En cualquier caso, las desapariciones siembran miedo.
El mas buscado. Hombre clave en la desaparición de 43. Foto: EFE |
El hermano mayor de Berenice huyó a Chicago hace tres años después de ser detenido dos veces por hombres armados mientras vendía pizzas en la calle.
Al igual que Berenice, ese día también desapareció José Manuel Díaz García, un campesino de 43 años en la comunidad cercana de Apipilulco, quien escuchó a las camionetas detenerse afuera de su casa antes del amanecer. Cuando los hombres lo llamaron, él les gritó que no dispararan porque estaban sus hijos. Minerva López Ramírez, su esposa, dijo que él se fue pacíficamente con cinco hombres enmascarados. Tres días después recibió una llamada para pedir un rescate de unos 300.000 pesos (unos 30.000 dólares de entonces) que eventualmente se negó a pagar porque no le pusieron a su marido al teléfono.
Las familias de los desaparecidos viven en el limbo. Cada nuevo reporte de un cuerpo localizado los lleva a la morgue a enfrentar una mezcla de alivio y desilusión cuando no encuentran a sus familiares.
Segura Giral dice que no ha perdido la esperanza. Los regalos de la graduación de Berenice, aún envueltos y cubiertos con polvo y telarañas, la esperan en una vitrina. Cada vez que escucha una camioneta pasar enfrente de su casa, ella levanta la mirada e imagina que Berenice cruza la reja bajo el limonero, atraviesa el árbol de papaya junto a la puerta de la cocina y la abraza.
“Uno tiene que aprender a sobrevivir. Yo le digo, que yo tengo la esperanza de que mi hija aparezca”...
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